PADRES DE ADOLESCENTES

Somos sabedores de que la infancia busca ser ella misma, desea romper el cordón umbilical con los padres, ser libre, autónoma. Y así ha de ser. Existen ritos iniciáticos de independencia para mostrarse ante sí mismos y al grupo de referencia que ya son; algunos lo hacen con la ingesta de alcohol, de anfetaminas, con fugas o rotura de objetos o transgresión de normas. Los tutores hemos de propiciar los pasos iniciáticos adecuándolos a su edad y características (ir a un campamento, viajar por Europa en grupo...), canalizaremos sus impulsos y necesidades, no los cercenaremos. Pero para ello hay que haber ganado su confianza, haber estado a su lado desde pequeños, haberles acariciado con nuestra escucha, ser valorados.
Los niños pasan a ser jóvenes y un día se emancipan, pero hay algunos padres que no saben aprender a distanciarse.
Se puede conocer a los hijos, se puede caminar y disfrutar juntos sin confundir el ser amigos con ser colega, pues los padres han de marcar límites; los niños los precisan.
Algunos posicionamientos erróneos con los adolescentes son el intentar seducirlos, buscar siempre su complicidad, es lo que menos precisan y en el fondo desean, esta tonta actitud les impele a huir, a liberarse de tan equívoca relación.
Otros padres desean identificarse y aún parecerse al adolescente (en ocasiones hasta en su forma de vestir, relacionarse y hablar), obviamente se dificulta su proceso de autonomía.
Los adolescentes tienen un profundo sentido del ridículo y a veces los adultos les dan razones para agrandarlo (¡quien no ha visto a un padre o madre joven recién separado de su pareja que se comporta en sus relaciones con el otro género como lo hacen sus hijos –cuando no compiten con los mismos-!).
Hay que erradicar el discurso problemático y de lamentaciones existente en relación con los adolescentes. Compadecerlos por sus dificultades es otra forma de equivocarse, como lo es pertrecharse en añoranzas o comparaciones “históricas”.
Hemos de mirar sin miedo al horizonte y autoeducarnos. Dice una canción vasca, Txori, Txuria «si yo le cortara las alas, sería mío, no se escaparía, pero... de esa forma ya no sería nunca más un pájaro, y yo quería al pájaro».
